JAIME IZQUIERDO VALLINA
Servicio Regional de Investigación y Desarrollo Agroalimentario (Serida)
Consejería de Medio Rural y Pesca. Gobierno del Principado de Asturias
La Cordillera Cantábrica tiene dos zonas bien diferentes en cuanto a nivel de desarrollo y oportunidades: la zona norte y la sur. Dentro de esas zonas existe un espacio de mayor desarrollo en la zona del País Vasco y otro menor en la zona galaico-leonesa. Esa diferencia nortesur se nota menos en el País Vasco, donde los niveles de desarrollo y ocupación de la montaña son similares. Son territorios más desarrollados y menos naturalizados, donde existe un problema de presión industrial y urbana y de desfragmentación del territorio. Como consecuencia de ello, en el País Vasco los pastores y ganaderos son bastante más estratégicos que en la otra punta. En el País Vasco ser pastor y trabajar en el monte con las ovejas es algo que cada vez se prestigia más y el Gobierno vasco se ha dado cuenta de ello. Allí los temas que tienen que ver con el caserío tienen muchísima identificación y mucho proyecto político.
Si le cae un rayo a un pastor de Segovia, no pasa nada, no sale ni en el Telediario; en algunos territorios de Castilla y León a veces se ven los pastores casi como muertos vivientes. En el País Vasco, por el contrario, es diferente. Eso quiere decir que parte de lo que nosotros asignemos a las tareas de montaña responde a un interés político sobre este asunto y hay que despertar este interés político. Esta es una primera reflexión válida para la Cordillera Cantábrica y para más sitios.
La segunda idea a plantear es el falso dilema entre el desarrollo y la conservación, que es otro de los lastres que tenemos en la forma de hacer política; están segregados. No sé cómo tienen que vincularse, pero lo que no puede ocurrir es que quienes realizan la parte más genuina de los oficios de montaña -no los servicios-, los que desempeñan oficios de manejo del territorio y los que pueden dar una perspectiva más en la línea de la biodiversidad, se mantienen en niveles económicos despreciables, no son competitivos, están fuera de la órbita del mercado y, como consecuencia, intentamos inyectarles renta directa. Creo que es un error, no digo que no sea necesario, pero creo que no estamos acertando.
A veces se encuentran ganaderos con un cierto nivel de renta que están en economía de supervivencia. Todo su capital lo tienen en la cuenta corriente de un banco y serán sus hijos los que acaben gastando ese dinero porque no hay relevo. Ese dinero no sirve para sujetar a la gente en el territorio y al final también se va a la ciudad. Es una cuestión complejísima. Por eso resultará interesante la aportación del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Queso Idiazabal, porque una D.O. es mucho más que poner una etiqueta a un producto, son muchas más cosas: todo lo que hay alrededor del producto, quién lo produce, cómo lo produce, en qué condiciones vive, cómo está el territorio donde se produce… es todo lo que hay alrededor. Me gustaría que las denominaciones de origen fueran el eje que articulase todas las políticas alrededor del producto, no sólo la etiqueta e intentar colocarla lo mejor posible en el mercado. Por eso me preocupa especialmente la situación de la ganadería de montaña, por la falta de perspectiva, porque no consideramos a los ganaderos como realmente gestores del territorio.Si fuéramos capaces no sólo de darles dinero, sino de incorporarles a una estrategia de gestión del territorio, conseguiríamos mejores resultados. Esto lo vemos en los espacios naturales.
Allí los gestores del territorio son gestores públicos que realizan un tipo de gestión muy determinada: son guardas, directores, burócratas… muchos viven en las capitales, en Oviedo, en Santander; en el parque de Picos Europa, el director vivía en Madrid… son entes extraños de un planeta que gestionan. No tienen esa visión. Y luego están los gestores privados, que son los que usan y manejan el territorio y son financiados por una estructura que no tiene nada que ver, que es la consejería o el ministerio correspondiente de Agricultura. A mí eso me parece una barbaridad que es muy difícil de solventar.
En el planteamiento de modelo de gestión de la montaña hay cosas que tenemos que plantear. No se trata de tener la perspectiva de finales del siglo XIX o comienzos del XX, sino de pensar algo más razonable. Como estamos todos pendientes de lo que dice la PAC, hemos perdido capacidad de diseñar políticas específicas para nuestra gente. Por eso, con este tipo de discusiones lo que me apetece es menear el territorio para ver qué ideas hay, más allá de la pelea por cuanto dinero nos va a venir de la PAC; ver realmente qué cosas podemos hacer.
Otra cuestión vinculada a lo que está sucediendo en la Cordillera Cantábrica guarda relación con el abandono del monte, no sólo por prácticas ganaderas sino por el propio manejo cotidiano como lugar del que extraer materia prima en forma de energía y como espacio en el que se están perdiendo unos oficios que no van a tener sustitución. Tiene que haber una nueva alternativa vinculada a algo emergente, que no conocemos todavía, pero que sería algo así como el aprovechamiento energético de todos los productos.
En Portugal, en unas jornadas, un ingeniero de montes ha planteado introducir el matorral dentro del ciclo económico. Hacía balance y contabilizaba el dinero que se gasta en la extinción de incendios y se atrevía a anunciar algo muy significativo: que la lucha contra los incendios está generando una dependencia económica y que podía llegar a prender fuego al monte incluso la paisana que tenía una fonda donde se alojaban periódicamente las brigadas contra incendios. Es un drama, porque durante mucho tiempo se mantiene una economía basada en la extinción, con unos operativos preparados y un dinero y… ¿para que se mueva tiene que haber incendios? Es un tema muy complicado al que el ingeniero de montes portugués está dándole vueltas. Plantea que si reconvertimos todas las brigadas que en verano están pendientes de los incendios para que se alojen en la fonda también en invierno, para desbrozar y cortar, se reconvierte el asunto y se puede llegar a un nuevo tipo de gestión del monte, que quita biomasa y riesgo, que es otra de las cuestiones importantes, porque a medida que tenemos menos gente viviendo en el monte y menos dependencia de él tenemos más riesgos. Por ejemplo, en Cataluña, en una ponencia, el director general de montes decía que la región catalana hace 20 años tenía un 40% de superficie forestal y ahora tiene un 67%. Somos un país netamente forestal, pero no tenemos una superficie bien gestionada, tenemos una superficie que ha crecido como consecuencia del abandono y que se ha convertido básicamente en combustible; un combustible que además está seco, porque cada vez llueve menos, y tenemos menos precipitación y humedad. Con lo cual, si tenemos combustible, aire calentito y chispas, la consecuencia es que vamos a arder, así que se hace lucha contra
incendios.
Curiosamente, este tipo de planteamientos empieza a hacerse desde lo urbano; el tema del fuego ha tenido como mayor revulsivo en los últimos años a la gente de la ciudad. Antes, las gentes de los pueblos sufrían los fuegos, algunos los provocaban, pero los sufrían, y ahora parece que el fuego es como una preocupación de Estado, la gente de las ciudades se preocupa, se ven imágenes de incendios en los telediarios. Creo que es un buen momento para intentar poner el asunto del medio rural en la agenda política. No por el fuego en sí, sino porque es una manifestación de un síntoma mucho más grave, la falta de mano. No pueden ser cuestiones estrictamente ‘bomberiles’. El tema del fuego plantea un discurso complejo, por que si no aumentas el número de bomberos y hay más incendios, tienes críticas porque no lo aumentaste; pero si lo aumentas, generas cada vez más sensación de dependencia. También está el problema de dar ayudas donde ha habido fuego. Parece que el tema va hacia ¿ayudas donde hay fuego?, entonces provocaremos el fuego para que nos den ayudas. Es perverso el discurso sobre los incendios.
Esos temas que unen desarrollo rural con biodiversidad, manejo del monte, manejo de la ganadería, los bosques… tienen que tener un tipo de solución en cada escenario. Desde luego, la Cordillera Cantábrica se enfrenta, en uno de los extremos, en Galicia, a un problema grave con el tema de los incendios forestales, pero no es igual en todos los sitios. Una de las acusaciones que siempre hay cuando se discute sobre las bondades de la ganadería es que son los ganaderos los que provocan los fuegos, cuando es un tema mucho más complejo.
Otra de las cuestiones que afectan a las zonas de montaña y que también es objeto de discusión es el de las economías emergentes no estrictamente vinculadas al manejo, las economías urbanas, los usos vinculados a la segunda residencia… es como una buena y mala noticia. Da la sensación -por ejemplo, esto ocurre en el Pirineo-, de que los valles que más se han desarrollado desde el punto de vista de cierta actividad económica y algunas oportunidades de empleo vinculadas a los servicios han sido los que han apostado por una estación de esquí. Esto funciona así; el valle de Arán, que siempre se coloca como paradigma de la zona de montaña rica y próspera, está vinculado a la nieve y la urbanización. Generalmente tratamos de reproducir modelos que funcionan en otro lugar y pensamos que ya nos podría caer en San Glorio el Valle de Arán. Pero San Glorio no va a ser nunca el Valle de Arán, entre otras cosas porque las predicciones de nieve son cada vez menores, y porque lo que anima esta actividad no es la presencia de la nieve, sino la urbanización, esa es una realidad.
Lo planteo como un elemento de discusión en la Cordillera Cantábrica. Pero no cogería por ahí este debate, que es un debate complejo, en el que uno no sabe exactamente, pero intuye lo que está sucediendo. Esta Cordillera no tiene altitud ni calidad para tener estación de esquí, es una realidad. Además, cada vez con más frecuencia la gente que esquía va donde tiene que esquiar, que es en los Alpes y los Pirineos, y las estaciones tienen cada vez más dificultades con el calentamiento global. Así que, entre los vuelos baratos, las comunicaciones y los precios, al final la gente cuando quiere esquiar se va, no se queda en la Manzaneda o en Alto Campoo, que son estaciones antiguas que más o menos siguen funcionando, pero los procesos de ampliación no responden a una planificación económica global, responden a intereses locales y muy particulares. Esta discusión sobre las estaciones de esquí a mí me interesan más bien poco, me interesa más la discusión general del manejo de la montaña, que es lo que se nos está yendo al garete.
Otros problemas de montaña que tienen interés son los vinculados a los servicios sociales, toda la cuestión de la población envejecida, los problemas de despoblamiento… En una ocasión, en Aragón, un responsable de política territorial lo planteó de forma muy pragmática. Me dijo: «nosotros no vamos a invertir en desarrollo en ese pueblo, porque en ese pueblo de ahí arriba la persona más joven tiene 65 años y no va a ir nadie a vivir allí, así que voy a invertir en servicios sociales, para que envejezcan con dignidad, para que estén atendidos en sus casas y, cuando no puedan se atendidos, si se tienen que ir a una residencia, que se vayan, y tratar la cuestión como un problema social». Es cierto que hay territorios en los que, salvo un cambio radical, que no sabemos por dónde puede venir, se van a quedar desiertos; es una cuestión estrictamente biológica, y aquí vamos a tener este problema.
Hay sitios donde uno no sabe exactamente qué hacer; los vascos tienen unas montañas muy fragmentadas y muy dinámicas, pero están alrededor de todos los grandes núcleos de población; en las montañas de la vertiente palentina y leonesa y de Los Ancares tenemos unos problemas que no sé cómo vamos a resolver. Además existe un problema añadido, y es que la perspectiva local no existe. Es decir, es muy difícil que encuentres a un alcalde que sea un líder local, que tenga apoyos, que funcione, y que tenga un entorno de gente joven y de mujeres que estén en la tarea. Berlarmino Fernández, ‘Mino’, alcalde de Somiedo, es una excepción, es un tipo que se ha hecho desde abajo. Somiedo es de los territorios más pobres y abandonados de Asturias que, sin embargo, ha encontrado un filón, ha empezado a tirar y tiene una estructura muy interesante. Quizá habría que pensar en clonar ‘Minos’ y crear alguna escuela de formación de tipos como él, gente se vaya a esos sitios y haga esa tarea. Luego también te encuentras con territorios con muchas oportunidades que tienen un garrulo al frente del negocio, que no tira de aquello y ves cómo se les pasan las oportunidades.
Respecto al tema de los servicios, clásicamente lo que ha funcionado bien en montaña ha sido el turismo rural, la actividad económica vinculada al ocio. Estamos en un eje muy interesante, en mitad de la Cordillera Cantábrica, con todo el mercado vasco, de Cantabria y de Asturias, que constituye una zona con un atractivo final interesante. Con Potes y Liébana hay un eje de comunicación muy importante, que no es el Camino de Santiago pero que hace funcionar a estos valles con cierto atractivo; está dentro de los Picos de Europa, tiene una serie de particularidades que nos hacen funcionar, están muy cerca de capitales importantes y son muy singulares. Es un territorio que a mí no me preocupa en términos de dinámica económica porque los servicios van a tirar. Además, tienen un mercado agroalimentario relativamente potente, vinculado a los quesos. Este tipo de territorios están funcionando en turismo en la dinámica que tienen que tirar, no van a pegar una explosión. Esto es una buena y también una mala noticia porque el turismo no puede ser todo, hay que dar un repaso al tema agroalimentario, a los quesos, y tratar de equilibrar un poco; se ha tirado todo el mundo al turismo porque está funcionando.